A la puerta, antes de la misa de 11, José Antonio Gámez estaba controlando el aforo, en compañía del sacristán, que iba reiterando, con infinita paciencia, las normas de seguridad establecidas: no pararse si no se iba a sentar en el banco la persona que entraba, sentarse cada uno en un extremo, y una persona en medio en los bancos largos, no tocar las imágenes, ni los propios bancos, ocupar primero los bancos delanteros… Los fieles, contentos en cierta medida de volver a la normalidad y de rezar a la Patrona en el interior del templo, asentían cuando se les daban las indicaciones, aunque en muchos casos –la mayoría de los fieles eran ancianos- las desconocieran.
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