Querida Semana Santa:
No ha llegado el Lunes de Pascua pero hoy lo parece, aunque no haya huevos dulces decorados ni tampoco dolor en los piés agotados ya de recorrer calles.
Te has ido antes de llegar. Te has evaporado tan rápidamente, que esta vez ni siquieranos vas a dejarnos tu recuerdo. No se han montado aún los pasos en el templo cuando los priostes ya se han puesto a recoger varales, jarras y respiraderos. Las túnicas no han necesitado ser planchadas, ni las tarjetas de sitio recogidas en las casas de hermandad. Las estampas que los monaguillos llevan en sus cestas van a quedar guardadas en algún cajón, tal vez en el mismo donde una bola de cera sin engordar le recordará para siempre a los más pequeños que algo grande ha pasado.
Hoy sabemos que no vas venir, y eso duele mucho más que cuando cada año desapareces en tu despedida repentina justo en el exacto momento en el que cada primavera pareces haberte apoderado de nuestras vidas.
El próximo Domingo de Ramos, nadie va a dar tres golpes en la puerta de San Andrés. Ni las madres Comendadoras verán mecerse a su Amargura entre doce varales. Los músicos no van a romper la noche con los toques de la corneta y el tambor, ni los fotógrafos buscarán la perspectiva distinta para una fotografía imposible. En las radios, no contarán la lucha de la piedra con la flor en cualquier salida, ni el Domingo el Triunfo de la vida será como si un copo de nieve ardiendo bajara andando por los Alminares.
Nos has dejado a todos esperándote. Nos has dejado a todos en la oscuridad que tiene el cielo cuando la noche del Jueves Santo el Silencio termina de pasar junto a nosotros.
La pastilla de incienso que no se encendió, el redoble de tambor que se quedó esperando, la saeta que no arañó la noche, la luna del Parasceve que no te verá, el racheo costalero que rezará más que nunca en el interior del corazón… Todo se ha quedado esperándote, como las lágrimas de ese niño que te soñó un año entero y que no logra comprender el por qué de tu ausencia.
Ni la cruz de guía anunciando que todo llega, ni el capirote que busca la tarde, ni el sol que por Parapanda se resiste a morir cuando estalla la primavera. Nada nos va a anunciar que tu ya estás aquí. El tío con los globos de los Lunnis, el canfort para limpiar los zapatos negros, el rosario que se engancha en los encajes de los guantes, las mantillas que no encontrarán peinas, las medallas que no sabrán de cuellos y los costales que no provocarán arrugas. Nada va a llegar, porque tu nos faltas.
El calendario en el que se descuentan los días, no ha alcanzado este año a ponerse a cero. Ha saltado, como si un mal virus se hubiera adueñado de él, descontando los días al revés y dejando sus dígitos por encima de las tres cifras.
Dicen que son 378 días los que faltan para que tu llegues. No he hecho la cuenta porque, como una vez te dije, tu sabes que yo siempre voy a estar aquí esperando que vuelvas, y no me importa lo que tardes. Si tardas una vida, una vida entera que me tendrías aquí aguardando el momento en el que verte.
Hasta siempre, Semana Santa. Ya sueño con tu reencuentro».