Ayer se celebraba la festividad de San Isidro, un día que habitualmente está lleno de fiestas en multitud de puntos de la provincia granadina, y que este año incluso se debería haber prolongado durante todo este fin de semana. No ha podido ser en esta ocasión por culpa del coronavirus.
En la capital granadina la festividad de San Isidro quedaba reservada solo a los cultos en su honor en la ermita que lleva el nombre del Patrón de los agricultores. Antes, ésta era una fecha muy especial.
Así lo recordaba la periodista Amanda Martínez en IDEAL hace unos años:
Granada también tiene su San Isidro. Está en la pequeña ermita que se levanta elegante entre la carretera de Madrid y el camino de Pulianas, rodeada de modernos edificios, el olor a lúpulo de la fábrica de cerveza y un tráfico incesante. Durante años también celebró su festividad con una procesión, ahora perdida, pero muy popular durante años, una devoción que se remontaba al siglo XVII.
Su origen lo cuenta el Defensor de Granada en un artículo publicado en 1908. El autor se remonta al 14 de mayo de 1651 como la fecha en la que se inauguró la primitiva ermita. Lo que hoy conocemos como ‘Eras de Cristo’ («por la antigua cruz que allí subsiste», apunta Gómez Moreno en su ‘Guía de Granada’), era entonces ‘Carneros de las Tenajerías’. Allí se dio cita un numeroso grupo de personas, «la concurrencia aparecía engalanada con vistosos trajes y el regocijo y el fervor brillaban en aquellos rostros animados y teñidos con la dulce luz del sol poniente», escribe El Defensor.
Sobre el murmullo de las animadas conversaciones sobresalían de cuando en cuando ‘vivas’ a los labradores y a San Isidro. A las seis y media de la tarde comenzó la procesión, «tan lucida y numerosa, que el acompañamiento cubría el camino negreando en todo lo que la vista alcanzaba.
Los vítores y las aclamaciones ensordecieron el espacio, y los timbales, pífanos y chirimías y el alegre son de los adufes, dieron la nota armónica de aquel majestuoso conjunto, de aquella gigantesca y ruidosísima explosión del entusiasmo popular», describe el periódico granadino.
La procesión la encabezaron cinco jinetes y dos hileras de niñas con cirios en las manos seguidas por los estandartes de las cofradías y el clero de la iglesia parroquial de San Ildefonso. A continuación, sobre andas revestidas de flores y laureles, la imagen de San Isidro. Presidía el desfile el corregidor de Granada, Álvaro Queypo de Llano, acompañado por los caballeros veinticuatro y los maceros de la ciudad con sus ricas dalmáticas bordadas en seda y oro.
Al llegar la comitiva a las Eras, se abrieron las puertas del templo donde esperaban los miembros de la Cofradía de Labradores cuyo hermano mayor fue el primero en prestar su hombro para recibir el varal y tras él, el resto de cofrades que introdujeron al santo en la ermita.
Al día siguiente, con el santo en el altar, se celebró la primera misa en el flamante templo.
Recuperar la tradición
Hacía quince años que no se celebraba la onomástica de San Isidro hasta aquel mayo de 1944. La religiosa España de los primeros años del franquismo recuperó devociones como esta granadina de honrar al Santo Patrón de los labradores. Con este fin de restauró la ermita, reformada casi por completo por el arquitecto Francisco Prieto Moreno que, inspirado en un cortijo andaluz, adosó cuatro capillas a la nave central, reformó el coro y reparó la bóveda para darle mayor esbeltez. Las obras fueron financiadas por la Hermandad y costaron 350.000 pesetas. Contaban que nunca había dejado de venerarse y que los labradores se asomaban al ventanuco de la abandonada capilla a rezarle a un Cristo que allí se guardaba.
También se recuperó aquella procesión con una puesta en escena no muy diferente a la del siglo XVII, ofreciendo una nota de color y tipismo a la vida de la ciudad. Yuntas de bueyes tiraban de la carroza con las imágenes de San Isidro y Santa María de la Cabeza a la que acompañaban jinetes con trajes camperos, niños vestidos de campesinos y chicas de la Sección Femenina con trajes regionales cargadas con cestas con los frutos que ofrecían al Santo que cumplían con sus danzas en el atrio de la ermita. También solían participar en el desfile representantes de la hermandad de Jesús en el Huerto.
En aquel reencuentro con el patrón se constituyó oficialmente la Hermandad provincial de Labradores y Ganaderos y se establecieron en sus estatutos las fiestas que anualmente se debían celebrar en honor al patrón. Y así se hizo durante varios años, por cierto, en más duros del hambre, a esta romería acudía más gente porque la hermandad, agradecida a los favores del santo, repartía hogazas de pan entre los más necesitados. Algunos años se celebró una verbena, y se montaron columpios. Se bendecían los campos y seguro que algún lector de este artículo recuerda hacer la primera comunión por San Isidro. «San Isidro Labrador, muerto le llevan en un serón», cantaban aquellos muchados.