El pasado miércoles la localidad de Peligros celebraba una de sus tradiciones más singulares, la llamada Fiesta de las Mozuelas. Tras los dos años de pandemia, nuevamente pudo celebrarse con la normalidad habitual, su procesión eucarística y el levantamiento de altares por las calles por las que discurrió la procesión sacramental.
Esta fiesta procede del año 1811, y consiste en un desagravio por el expolio que los franceses hicieron en esta localidad durante su estancia en España, y durante la cual se produjo la muerte de Florentino, el hijo del sacristán, que corrió a tocar la campana de la iglesia y avisar a los vecinos de entrada de los franceses en la población, y sobre todo en el recinto sagrado de la iglesia donde profanaron el Sagrario y las Sagradas Formas.
La Fiesta de las Mozuelas se celebra cada 25 de mayo en Peligros. Es una fiesta de tradición religiosa e histórica. Conmera unos hechos acontecidos durante la Guerra de la Independencia, cuando los franceses roban al Santísimo del templo entre una auténtica batalla en la que el hijo del sacristán muere en lo alto del campanario de la iglesia. Estos hechos ocurrieron el 25 de mayo de 1811.
Así se detalla lo ocurrido en este texto de Santiago Morales Moreno y Miguel Iván Bosch Sánchez, vecinos de la localidad:
El Héroe de la Campana – Orígenes de la celebración del 25 de mayo en Peligros «Fiesta de las Mozuelas
En 1811 nuestro país se sufría una de las Guerras Napoleónicas más duras y sangrientas, la «Guerra de la Independencia Española» (1808-1814), en donde murieron entre 300.000 – 500.000 españoles y 200.000 franceses.
Era la mañana del 25 de mayo de 1811 y el pueblo de Peligros se encontraba semidesierto, con la mayoría de sus habitantes, sumidos en las tareas campestres, ya que tanto las mujeres como bastantes de sus hijos, ayudaban a los jefes del clan en sus faenas. Era mediada la mañana, cuando por el camino de arriba (antiguamente llamado de Úbeda), se divisó una enorme polvareda, que sembró la alarma en los escasos vecinos del pueblo y en los que en el campo se hallaban.
La parroquia del pueblo, desde donde parte la procesión y su interior lleno de personas momentos antes de la procesión
Se alertaron tanto las gentes del campo, como aquellas que habían quedado en el lugar y fueron alarmándose a medida que la polvareda se acercaba, hasta el punto que se oía cercano el sonido compacto de un nutrido grupo de caballos que con sus cascos, fueron atronando la apacible y silenciosa mañana. En la casita aneja a la iglesia, vivían el campanero y sacristán y su hijo de once años. La esposa y madre, poco antes fallecida, fue la causa de que padre e hijo, hubieran de llevar a cabo las labores domésticas; por lo que esta mañana, se encontraban a la puerta de la casa, haciendo la colada a la sombra de un árbol. Desde un punto tan estratégico, fueron los primeros en percatarse del peligro que se avecinaba, al descubrir los brillos destellantes de los mosquetes1 y sables2 y ver salir por encima del polvo, los penachos de los morriones3 del invasor galo.
Con una sola mirada se comprendieron y raudos, penetraron en el templo, intentando el padre poner trancas a la puerta, con bancos y sillas, mientras Florentino, que así era el nombre del muchacho, se encaramó a lo alto del campanario, subiendo de tres en tres las escaleras, para tocar a rebato4 y llamar a los lugareños en defensa del pueblo. Estando ellos en tan angustioso trabajo, los invasores, ya entrados en el pueblo, se dirigieron a la iglesia, que comenzaba a llamar a sus fieles, por medio de aquella campana, la que mejor podía voltear aquel niño, que no podía hacer girar aquellas más grandes y de sonido más grave y majestuoso.
Al encontrarse la turba gabacha con la resistencia que la puerta ofrecía, aunaron esfuerzos y a empujones acompasados, consiguieron abrirla de par en par, hiriendo al sacristán que fue apartado y tirado entre las maderas de los enseres con que había resistido; mientras, allá en la torre, el sonido cristalino que el zagal, exhausto, conseguía sacar a la campana, iba atrayendo a las gentes, desde todos los puntos, mientras, los saqueadores registraban el Sagrado reciento, profanando el Sagrario y esparciendo las Sagradas Formas por el suelo.
Viendo el escaso valor que guardaba en su interior, decidieron retirarse, al ver que la iglesia estaba siendo rodeada de gentes armadas con enseres y utensilios rudimentarios. En esto, uno de los soldados, observó que el sonido de la campana, seguía escuchándose incesante, decidiendo subir al campanario.
Subió veloz, y cuando tras subir el segundo cuerpo de la torre, dio vista desde la escalera al joven tañedor, apuntó su mosquete a la espalda de éste, disparándole a quemarropa e hiriémdole mortalmente, mas Florentino, notando tan solo el golpe del escopetazo, siguió volteando la campana, cada vez con más lentitud, hasta que desangrado, quedó enganchado del yugo6, por su brazo derecho. Huido, el invasor, fueron penetrando en la iglesia, aquellos vecinos que les habían incordiado, viendo con horror, como el cuerpo sin vida del zagal, yacía abrazado a la campana, mientras esta, atenazándole, parecía querer agradecerle, el haberle sacado las más vibrantes y sonoras campanadas; aquellas que durante largos minutos, inundaron de angustia toda la campiña. A la entrada del templo, el padre, dejaba de existir, sin saber de la hazaña de su hijo.
Poco más de un año hacía desde que ocurrieron los hechos, cuando expulsados los invasores, fue nombrado gobernador de Granada D. José María Virués, quien enterado de los hechos, mandó se rindieran honores de guerra a los dos héroes. Los cuerpos de ambos que habían sido enterrados en el pequeño cementerio anejo a la iglesia, recibieron un emotivo homenaje de las autoridades de la capital, quienes dispusieron que aquella campana, que desde hacía más de un año, no había sido, tañida, reposara en la tumba de quien había muerto abrazado a ella en defensa de su patria.