Miles de personas llenaron la ciudad ayer para acompañar a la dolorosa de Santa Ana.
Granada vio como sus calles se llenaron en la tarde-noche de ayer al paso de Nuestra Señora de la Esperanza Coronada. Regresaba a Santa Ana, cercanas las cuatro de la madrugada, la dolorosa del Martes Santo ya coronada, y lo hacía envuelta en el arropo y cariño de sus hermanos, devotos y cofrades granadinos, además de mucho público llegado desde otros lugares de la provincia y geografía andaluza (a pesar de que ayer fue día de importantes acontecimientos cofrades, con otra Coronación en Sevilla o salidas extraordiarinas en Córdoba o Málaga, por ejemplo).
A las cinco y media de la tarde se ponía en la calle el cortejo, que no llegaba hasta Santa Ana hasta bien entrada ya la madrugada. Muchas horas en la calle, con numeroso público en la mayor parte del recorrido, sobre todo hasta el templo de Santo Domingo. Quiso la hermandad que esta procesión de regreso no tuviera un cortejo al uso, sino que la imagen estuviera acompañada en la calle sin filas de hermanos ni representaciones, queriendo dar así al alcto un carácter mucho más popular, para que todos vivieran este día tan especial junto a la dolorosa.
Abría la corta comitiva la cruz parroquial escoltada con ciriales, seguida por la presidencia de la junta de gobierno de la hermandad y el cuerpo litúrgico con los acólitos precediendo al paso. La Banda de Cornetas y Tambores de Jesús del Gran Poder también acompañó la cabecera del cortejo en gran parte del recorrido.
Aunque el ritmo del cortejo estuvo muy marcado por la gran ‘bulla’ de personas que, desde casi la salida, iban delante del palio, si que se hizo mucho más lento al detenerse en determinados momentos, como en las visitas que giró el palio al Señor del Rescate en la Parroquia de la Magdalena, con la particularidad de que el Señor estaba situado bajo el mismo dintel de la puerta del templo, lo que llamó bastante la atención. También se detenía ante la Hermandad del Sto. Crucifijo de San Agustín en el Convento del Santo Ángel Custodio de la calle San Antón, o ya a la media noche ante la Patrona de Granada, la Virgen de las Angustias, en su Basílica. Emotivo también fue el paso de la cofradía, a la una de la madrugada, ante la Hermandad de Paciencia y Penas en la Iglesia Imperial de San Matías (con la Virgen de las Penas situada en la puerta), o ante las cofradías de la Parroquia de Santa Escolástica en el templo de Santo Domingo, donde la Virgen del Rosario Coronada, copatrona de la ciudad, se situaba bajo el dintel de la puerta en su paso procesional, con el que el pasado 12 de octubre salió a la calle. Fuegos artificiales y cohetes no faltaron en la salida de la Catedral, o al pasar el palio por la calle San Antón o ante la Patrona.
Estos fueron los puntos donde, además, mayor público se concentró para ver la procesión, que estaba acompañada por la Banda de Música, Cornetas y Tambores de Santa María del Alcor, del Viso del Alcor-Sevilla, que una vez más volvió a demostrar su gran nivel musical. En la salida de la Catedral, también los ‘incensarios de Loja’ interpretaron sus características ‘sátiras’ de alabanza a la Esperanza Coronada. También en este punto del recorrido se había hecho en el suelo una alfombra de sal para el paso de la Virgen, trabajo de los jóvenes cofrades granadinos que, en estos últimos días, han trabajado duro para engalanar las calles de la ciudad.
El itinerario de la procesión llevó al palio de la Esperanza Coronada por Pasiegas, Marqués de Gerona, Jáudenes, Paz, Puentezuelas, Recogidas, San Antón, Verónica de la Virgen, Acera del Darro, Puente de la Virgen, Carrera de la Virgen, Campillo, Mariana Pineda, S. Matías, Jesús y María, Plaza de Santo Domingo, Carnicería, Fortuny, Santa Escolástica, Pavaneras, Colcha, Reyes Católicos y Plaza Nueva. En total, muchas horas en la calle llenando Granada de Esperanza.
Tres siglos después de ser tallada por José Risueño, Nuestra Señora de la Esperanza ya estaba coronada y volvía a su templo, la iglesia de Santa Ana donde, precisamente, descansan los restos de su autor, José Risueño. El sueño anhelado en tantos años de espera se había, al fin, vivido.